Luego de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos atraviesa un período de grandes contradicciones: mientras asimila su condición de primera potencia, se precipita hacia su peor crisis económica... En estas circunstancias, el país es testigo de un crecimiento inusitado de la industria editorial, con libros, revistas y periódicos y numerosas producciones con nuevas técnicas y soportes, como la radio y el cine. ¿Cómo se explica esta compulsión por la escritura literaria y cultural? Son tiempos turbulentos, que redefinen el mapa geopolítico mundial a la vez que interpelan el estatuto del arte y de la literatura, así como la figura del escritor y su quehacer. En ese proceso, los escritores americanos de la época revalúan su condición como tales con herramientas aprendidas para un mundo ya inexistente. La complejidad del panorama es abrumadora –tanto como la multiplicidad de producción artística y cultural– y la Gran Guerra es mayormente responsable. Aquellos que habían puesto el cuerpo en conflictos armados luego pusieron en palabras esa experiencia. Pero, además, existen otras formas en las que la Primera Guerra se hace letra, como lo es una “dislocación” observable en el contenido tanto temático como formal de la literatura de una época que es depositaria de múltiples denominaciones, lo cual es expresión de su carácter complejo: “entreguerras”, o su equivalente en latín, “interbellum”, “generación perdida”, “modernismo”, “la era del jazz”, entre otras.