La mesa está servida ahonda en la conjunción entre cocina y arte, específicamente, en la capacidad de ambas disciplinas de ser objeto de representación/evocación y metáfora de ciertos preceptos y mandatos culturales.
La utilización en mis obras de platos de sopa (uno de los símbolos de la comida casera materna por excelencia, quizás por su similitud con las primeras papillas con las que el bebé se alimenta) busca generar en el espectador una reflexión crítica sobre las asociaciones primarias, y fuertemente emotivas, que hacemos frente a la comida de la infancia, y sobre aquellos roles de género que automáticamente se vinculan con ella. Además, pretende contrastar la visión romantizada e inocente de la infancia con la percepción adulta de la realidad, donde el mundo se presenta en su estado salvaje y violento.
Los platos de comida aparecen en las obras magnificados, a manera de grandes contenedores, en los cuales los personajes se ven inmersos, muchas veces en situaciones de rescate estereotípicamente romantizadas. El hombre-macho rescata a la mujer-indefensa de un plato de sopa. Este plato simboliza el contexto hogareño/familiar/culinario al cual la cultura relegó durante siglos a la mujer; evidenciando el engaño de un rescate que solo perpetúa un modelo de sumisión.
La sopa es universal, las antiguas recetas de sopa de diversas culturas son muy parecidas a las que figuran en los libros de cocina contemporáneos. Tanto los ingredientes como las técnicas son prácticamente idénticos. Por otro lado, hay un vínculo muy fuerte entre la sopa y los sentimientos de inocencia y vulnerabilidad propios de la infancia. Acoplado a ello, encontramos la relación sopa-curación. Aunque la forma en que nos alimentamos ha variado enormemente y las teorías que asocian la medicina y la nutrición han cambiado de forma radical, la cocina para los convalecientes se ha mantenido constante durante siglos. Eso es lo que hacían nuestros abuelos, los abuelos de nuestros abuelos y decenas de generaciones antes que ellos.
Esta doble vinculación con lo infantil y la sensación de curación hacen que el solo ver un plato de sopa nos lleve a sentirnos en un lugar de comodidad y confort, de una vulnerabilidad permisible por un contexto de cuidado cercano a lo maternal. Que las obras den a primera vista ese sentimiento de familiaridad deja al espectador en el estado perfecto para poder ingresar en una segunda capa discursiva: la del comentario crítico, deconstructor de toda una serie de verdades y lugares comunes que asociamos con nuestra crianza, con los valores y preceptos (tanto enseñados activamente como aprendidos inconscientemente) a los que ese plato de sopa automáticamente remite.
La sopa es, en este contexto discursivo, una comida femenina: la elabora la madre en la cocina hogareña y, como tal, es el vehículo simbólico ideal para mostrar una perspectiva feminista de las relaciones sociales. Esos hombres y mujeres, animales salvajes, frondosos bosques y húmedas selvas (que simbolizaron en sus contextos originales la perpetuación de roles de género patriarcales y anacrónicos), invaden y resignifican el espacio de la sopa, se entrelazan y reformulan entre sí, dando lugar a un collage generador de dudas, de replanteos, de análisis y reflexión.
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La muestra se desarrolla desde el 8 hasta el 30 de junio de 2023 en el Centro Cultural Paco Urondo (25 de mayo 201, CABA).